Hasta 1950, los métodos de evaluación utilizados en educación médica se limitaban a pruebas escritas y orales. Las primeras, compuestas por preguntas de diferentes tipos, orientadas a explorar los conocimientos adquiridos por el estudiante,y, las segundas, llevadas a cabo con base en la recolección de información sobre el paciente, la presentación de la historia clínica y el interrogatorio al estudiante acerca de diversos tópicos del caso, enfocadas a establecer juicios de valor respecto al desempeño académico en el nivel objeto de evaluación.
A partir del cambio de conceptualización de la evaluación médica desde un paradigma centrado en la medición de conocimientos y habilidades hacia un proceso de validación de las competencias requeridas para el desempeño profesional, se han venido desarrollando nuevos métodos de evaluación, orientados al análisis de los elementos que constituyen la base de las actuaciones del futuro egresado (conocimientos, habilidades cognitivas, aptitudes, destrezas, principios, valores, actitudes, desempeños) en el marco del profesionalismo médico.
Este hecho determina una mayor dificultad para garantizar la objetividad del proceso de evaluación ya que las competencias no se refieren a comportamientos puntuales sino a la capacidad de integrar y movilizar conocimientos, destrezas, actitudes, valores y recursos para lograr un desempeño eficaz en un contexto determinado, en otras palabras, a la combinación individual de diferentes tipos de recursos (personales, interpersonales, externos) para la realización de las actividades propias de la práctica médica.
Sobre la base de este concepto, Santos Guerra (1998), define las funciones de la evaluación a partir de cinco elementos constitutivos: diagnóstico (identificación de logros, fallas, dificultades, necesidades y fortalezas), diálogo (reflexión conjunta acerca del proceso de enseñanza y aprendizaje), comprensión (interpretación de los eventos que surgen lo largo de la formación del estudiante), retroalimentación (regulación y reorientación del trabajo académico, del contexto de aprendizaje y del desempeño del docente a partir de la valoración de los resultados obtenidos en una etapa determinada del proceso) y aprendizaje (detección de habilidades y competencias, validación del ambiente de aprendizaje, claridad, pertinencia, significación y relevancia de la propuesta formativa).
Algunas de las dificultades encontradas en la evaluación durante la formación médica han sido planteadas por Alves (2005) en torno a la multidimensionalidad de las competencias requeridas en la práctica profesional (habilidades comunicativas, procesos de pensamiento, habilidades personales y técnicas, valores éticos, entre otros), a la especificidad del desempeño frente a cada caso en particular (el éxito o fracaso frente al diagnóstico y/o al tratamiento de un determinado caso no garantiza el mismo nivel de competencia frente a otro caso, inclusive equivalente al primero) y al contexto de la evaluación (variabilidad inter casos e inter observadores, falta de criterios claros de evaluación, divergencia de opiniones entre diferentes evaluadores, entre otros).
A partir del cambio de conceptualización de la evaluación médica desde un paradigma centrado en la medición de conocimientos y habilidades hacia un proceso de validación de las competencias requeridas para el desempeño profesional, se han venido desarrollando nuevos métodos de evaluación, orientados al análisis de los elementos que constituyen la base de las actuaciones del futuro egresado (conocimientos, habilidades cognitivas, aptitudes, destrezas, principios, valores, actitudes, desempeños) en el marco del profesionalismo médico.
Este hecho determina una mayor dificultad para garantizar la objetividad del proceso de evaluación ya que las competencias no se refieren a comportamientos puntuales sino a la capacidad de integrar y movilizar conocimientos, destrezas, actitudes, valores y recursos para lograr un desempeño eficaz en un contexto determinado, en otras palabras, a la combinación individual de diferentes tipos de recursos (personales, interpersonales, externos) para la realización de las actividades propias de la práctica médica.
Sobre la base de este concepto, Santos Guerra (1998), define las funciones de la evaluación a partir de cinco elementos constitutivos: diagnóstico (identificación de logros, fallas, dificultades, necesidades y fortalezas), diálogo (reflexión conjunta acerca del proceso de enseñanza y aprendizaje), comprensión (interpretación de los eventos que surgen lo largo de la formación del estudiante), retroalimentación (regulación y reorientación del trabajo académico, del contexto de aprendizaje y del desempeño del docente a partir de la valoración de los resultados obtenidos en una etapa determinada del proceso) y aprendizaje (detección de habilidades y competencias, validación del ambiente de aprendizaje, claridad, pertinencia, significación y relevancia de la propuesta formativa).
Algunas de las dificultades encontradas en la evaluación durante la formación médica han sido planteadas por Alves (2005) en torno a la multidimensionalidad de las competencias requeridas en la práctica profesional (habilidades comunicativas, procesos de pensamiento, habilidades personales y técnicas, valores éticos, entre otros), a la especificidad del desempeño frente a cada caso en particular (el éxito o fracaso frente al diagnóstico y/o al tratamiento de un determinado caso no garantiza el mismo nivel de competencia frente a otro caso, inclusive equivalente al primero) y al contexto de la evaluación (variabilidad inter casos e inter observadores, falta de criterios claros de evaluación, divergencia de opiniones entre diferentes evaluadores, entre otros).
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