La creatividad, uno de los procesos mentales más complejos e inexplorados de la mente humana y uno de los valores más importantes del individuo como estrategia de competitividad en un mundo en constante evolución y cambio, debería ser uno de los elementos clave de los currículos de formación universitaria en el siglo XXI.
Mediadora entre la realidad del mundo, entre las representaciones mentales “objetivas” y la subjetividad de la fantasía, la creatividad permite establecer una interacción dialéctica entre lo posible y lo imposible (al menos en el tiempo presente, en el lugar presente y con los medios disponibles) y generar el espacio adecuado para lograr la transformación del mundo mediante la innovación aplicada a formas de pensamiento, acciones individuales, procesos sociales, productos, actividades y servicios.
Desde esa perspectiva, uno de los principales objetivos de quienes nos dedicamos a formar a los hombres y a las mujeres del presente y del futuro, debería estar orientado a promover la creatividad en las aulas de clase y permitir a cada individuo construir su propia representación de "la realidad" objetiva, sin embargo, el enfoque actual de las acciones educativas privilegia la transmisión de información y la introducción de conocimientos dogmáticos definidos por las comunidades académicas frente a la generación de espacios de libre expresión del pensamiento y al crecimiento de la sociedad en torno a la diversidad.
Quizás la excesiva preocupación por responder en forma adecuada ante las demandas del mundo del trabajo ha enfocado los proyectos educativos hacia un norte equivocado en que se garantiza la "producción en serie" de profesionales "competentes" en el área laboral y ocupacional de acuerdo con un "molde" universal, sacrificando, hasta cierto punto, la gran riqueza de la individualidad construida a partir de la diferencia colectiva y el valor competitivo de la creatividad en nuestra aldea global. Hay más ruido que nueces en relación con la responsabilidad social que implica la formación de seres humanos integrales capaces de gestar, en forma autónoma y creativa, su propio desarrollo y propender por un mejor futuro de la colectividad en que vive.
Mediadora entre la realidad del mundo, entre las representaciones mentales “objetivas” y la subjetividad de la fantasía, la creatividad permite establecer una interacción dialéctica entre lo posible y lo imposible (al menos en el tiempo presente, en el lugar presente y con los medios disponibles) y generar el espacio adecuado para lograr la transformación del mundo mediante la innovación aplicada a formas de pensamiento, acciones individuales, procesos sociales, productos, actividades y servicios.
Desde esa perspectiva, uno de los principales objetivos de quienes nos dedicamos a formar a los hombres y a las mujeres del presente y del futuro, debería estar orientado a promover la creatividad en las aulas de clase y permitir a cada individuo construir su propia representación de "la realidad" objetiva, sin embargo, el enfoque actual de las acciones educativas privilegia la transmisión de información y la introducción de conocimientos dogmáticos definidos por las comunidades académicas frente a la generación de espacios de libre expresión del pensamiento y al crecimiento de la sociedad en torno a la diversidad.
Quizás la excesiva preocupación por responder en forma adecuada ante las demandas del mundo del trabajo ha enfocado los proyectos educativos hacia un norte equivocado en que se garantiza la "producción en serie" de profesionales "competentes" en el área laboral y ocupacional de acuerdo con un "molde" universal, sacrificando, hasta cierto punto, la gran riqueza de la individualidad construida a partir de la diferencia colectiva y el valor competitivo de la creatividad en nuestra aldea global. Hay más ruido que nueces en relación con la responsabilidad social que implica la formación de seres humanos integrales capaces de gestar, en forma autónoma y creativa, su propio desarrollo y propender por un mejor futuro de la colectividad en que vive.