domingo, 21 de agosto de 2011

Arte y medicina: La Pintura

El arte y la medicina comparten sus raíces: las vicisitudes de los seres humanos; la lucha entre el bien y el mal; la naturaleza, un tanto sombría, de la enfermedad; la presencia perturbadora de la muerte y la esperanza de vencer la batalla por la vida. Desde esa perspectiva, retomando las palabras de Mayte Suárez, una periodista española que ha dedicado una buena parte de su vida a explorar la relación entre el arte y la medicina:

“La pintura quizá sea, por su inmediatez, la actividad artística que ha dejado testimonios más impresionantes de esa cara oscura del devenir de los hombres, mostrándola, unas veces, y atenuándola, otras, con la viveza de la luz y el color.”

No hay que olvidar que la ciencia médica y el entorno que rodea a la enfermedad, han sido protagonistas constantes de esta cruel realidad, y un sinfín de imágenes plasmadas en los lienzos constituyen una brillante galería ilustrada de la patología humana, en la que el artista, quizás sin proponérselo, se convierte en mensajero de un legado invaluable que nos permite  conocer nuestra historia.
Desde la otra orilla, el arte ha sido una fuente inagotable de representaciones clínicas, sociales y culturales del proceso salud – enfermedad, a través del tiempo, llegando a convertirse en una herramienta invaluable para la reconstrucción de la historia de la medicina y en un recurso didáctico, no siempre bien aprovechado, para la enseñanza de esta profesión, mitad ciencia y mitad arte.
En tal sentido, Alejando Arís, eminente cirujano cardiovascular y de tórax, de origen español, manifiesta que la relación entre el arte y la medicina, “nace de la deformación profesional del médico de interpretar una patología representada en una gran obra de arte, de la misma forma que un sacerdote identificaría al pecador o al santo, y un militar reconocería al héroe o al cobarde. En todos ellos el pintor ha logrado plasmar algo que resulta incongruente pero incuestionable: la belleza de la enfermedad.”

En ocasiones, continúa Arís, “la patología es obvia, pero en otras resulta más sutil y es posible que el propio pintor la ignorase cuando realizó el cuadro. En la interpretación de esta patología sólo se puede aplicar la primera de las cuatro formas cardinales de la exploración semiológica –inspección, palpación, percusión y auscultación- para llegar al diagnóstico del mal [...]”.

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