En vísperas de 1898, un año trágico para la historia de España, Pablo Ruiz Picasso, un joven pintor malagueño, conseguía una mención en la Exposición Nacional de Bellas Artes con el lienzo Ciencia y Caridad.
El lienzo, actualmente en el museo Picasso de Barcelona, representa a una mujer enferma, rodeada por un médico y una monja con un niño, que se supone hijo de la mujer acostada en la cama. El médico, sentado mientras toma el pulso a la mujer, observa un reloj de bolsillo, como encarnación de la ciencia y la monja, cuya presencia en los hospitales solía ser habitual, a la Caridad.
La unión simbólica de ciencia y caridad - que da origen al título de la obra - resulta enternecedora aún en nuestros días, y motiva a reflexionar sobre la necesidad de unir la ayuda científica a los enfermos como la espiritual y afectiva.
La figura de la Caridad humaniza a la Ciencia, y ésta debe situarse al lado de aquella. De hecho, numerosas órdenes religiosas femeninas, de acuerdo con su idea de asistencia y dedicación a la sociedad, se especializaron en el trabajo en hospitales y dispensarios. La figura de la monjita en los pasillos y galerías hospitalarias relajaba el carácter sumamente científico y serio de los médicos, y a ambos unían –o debía unir- un sincero humanitarismo y caridad.
Hoy en día, el término de caridad resulta estar muy mal entendido, y se prefiere el de "justicia social" aunque, en el fondo, coincidan en algunos aspectos, aunque en otros le supera: la caridad debe ser solidaridad, entrega generosa, desinteresada y total hacia los demás, hacia todos los hombres, ayudándoles directamente, yendo más allá de los justos límites.
Una reflexión para los educadores médicos: ¿Con qué tanta justicia social impregnamos la formación de nuestros futuros médicos?
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